La bicicleta de Leonardo da Vinci que no era de Leonardo da Vinci

«Oye, Leo, llévame en tu bicicleta / Desde Vinci hasta Florencia». Pues no, Leonardo da Vinci ni tenía bicicleta ni la había inventado. La bicivinci nunca existió.

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El dibujo de una bicicleta que algún granujilla dibujó en la parte trasera del folio 133 del Códice Atlántico.

Y mira que me fastidia, porque como un tonto, igual que muchos, nos creímos que ese dibujo un tanto esquemático de una bicicleta que figura en el Códice Atlántico era obra de Leonardo da Vinci. Pero no, un graciosillo hizo de las suyas. ¡Emosido engañaos!

¿Dónde aparece el dibujo de la bicicleta de Leonardo da Vinci?

El dibujo de una bicicleta aparece en el reverso del folio 133 del Códice Atlántico. Se trata de uno de los cuadernos encontrados de Leonardo da Vinci, es el más extenso y se le llama Atlántico por el gran tamaño de las hojas, las propias para confeccionar Atlas, utilizadas por Pompeo Leoni en su compilación.

La restauración del Códice Atlántico

Pompeo Leoni era escultor en la corte española de Carlos I y V del Sacro Imperio Germánico. Adquirió la mayoría de los manuscritos vincianos, los ordenó, recompuso a su antojo y según su propio criterio. De una de esas compilaciones nace el Códice Atlántico.

Hacia 1961 el manuscrito se hallaba en un proceso de progresivo deterioro. El ingeniero Nando di Toni y el investigador André Corbeau, impulsaron un proceso de restauración que se alargaría hasta 1972.

El Códice Atlántico fue desmontado para su restauración y aparecieron algunos dibujos en los reversos de los folios que, según la manera de confeccionar el códice por parte de Pompeo Leoni, habían quedado hasta entonces ocultos. En algunos casos parecen tratarse de algunos garabatos añadidos por alumnos o esbozos sin terminar del mismo Leonardo.

De 1968 a 1972, fueron los monjes basilios quienes se encargaron de su restauración. Dentro de la Abadía Griego Exárquica de Santa María de Grottaferrata (cerca de Roma) se encuentra el Laboratorio para la Restauración de Libros y Manuscritos Antiguos, donde los monjes desmontaron, restauraron y encuadernaron de nuevo el Códice Atlántico.

La «obra de arte»

Parece que durante este desmontaje del manuscrito, alguien se coló en el laboratorio de la abadía e hizo de las suyas.

La obra de arte inmortal que nos dejó este anónimo artista (o artistas, si se trata de una obra coral) se puede dividir en cuatro temáticas.

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Reverso de los folios 132 y 133 del Códice Atlántico.

La primera se trata de un retrato de un personaje que parece salido de un tebeo de Zipi y Zape.

La segunda son dos penes con patas de pollo que salen de los testículos y una cola que parece un plumero. Uno de estos penes animados se acerca peligrosamente a un agujero que bien podría ser un sexo femenino.

Tercera: una especie de figura simbólica, que con mucha imaginación pudiera ser un monje.

Cuarta y joya de la composición: una bicicleta con sus dos ruedas con radios, un plato con pedales y transmisión por cadena trasera a un piñón fijo, con su manillar y un sillín un tanto grande.

A diferencia de las otras figuras, la bicicleta parece realizada en color marrón y no en el negro utilizado para las otras. Es posible que el autor de la bicicleta sea distinto del que realizó las otras figuras. También que se realizara en un momento diferente por la orientación del dibujo en relación con el resto.

¿Cuándo se encuentra el dibujo?

El 15 de abril de 1974, el historiador Augusto Marinoni, experto y profuso autor de obras sobre Leonardo da Vinci, durante una conferencia sobre los Códices Madrid anunció el descubrimiento del diseño de la bicicleta. ¡Oh casualidad!, acababa de publicarse un libro del que Marinoni era colaborador y donde aparecía la reproducción del boceto del velocípedo de Leonardo. Fue lo que se llama una buena estrategia de marketing.

Lo curioso es que aludiera al resto de figuras aparecidas en el reverso de las hojas 132 y 133 del Códice Atlántico. A nadie pareció interesarle, ni buscarle explicación, al retrato chapucero, al símbolo extraño y a los dos penes andantes en busca de un agujero donde adentrarse.

«Emosido engañaos»

Los medios abrazaron con ilusión esta sugerente idea del ingenio ciclista de Leonardo, total, el inventor de tantos artilugios, bien podía haber inventado una bicicleta de madera. La noticia se expandió por el planeta y pasó a ser asumida por el imaginario colectivo. Y de hecho aún es así. Hasta al propio Museo de Leonardo da Vinci, en Vinci, se la han colado.

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Reproducción del diseño de la bicicleta. Museo de Leonardo da Vinci, Vinci.

Cuando yo mismo empecé a investigar sobre Leonardo da Vinci, el invento de la bicicleta era de mis favoritos y aparecía en todas las exposiciones en las que se mostraban reproducciones de sus ingenios. Una buena mentira es más apetecible que una molesta verdad.

Desvelando el engaño

Después de esta «anunciación del nacimiento de la bicicleta» por parte de Marinoni, algunos expertos en la restauración del Códice Atlántico mostraron su incredulidad ante el hallazgo. Ladislao Reti (editor), Anna Maria Brizio (historiadora del arte) y Nando di Toni (propulsor de los primeros intentos de restauración del manuscrito) no creyeron en la veracidad del descubrimiento bicicletero.

En 1978, el historiador y experto en Leonardo da Vinci, Carlo Pedretti, aportó nueva información. Antes de iniciarse la restauración del manuscrito en 1961, él ya pudo escudriñarlo. Por entonces, el reverso del folio 133 no estaba a la vista, pero explica que examinó los folios al trasluz y no encontró ninguna bicicleta. Tan solo algún leve trazo de unos círculos y unas líneas que podrían ser el principio de algún esbozo incompleto. Parece que quien realizó el diseño de la bicicleta, estos círculos trazados por Leonardo, le pudieron servir de guía, o incluso, de inspiración.

Pero quien ya, definitivamente, echó por tierra el invento del ingenio vinciano de la bicicleta, fue el profesor Hans-Erhard Lessing. En 1997, durante una conferencia en Glasgow, indicó que quien dibujó la bicicleta hizo uso de los suaves trazos que ya existían, de ahí el extraño diseño del manillar. Algo más adelante, Lessing aportó pruebas a través de Paolo Galluzzi, director del Istituto e Museo di Storia della Scienza, quien le confirmó que se habían analizado los compuestos del dibujo. Descubrieron que los ingredientes utilizados de la tinta no existían antes del siglo XIX. Imposible que fueran de 1490-92, como se habían estimado.

¿Cómo pudo suceder? Una imaginaria teoría personal

Según el relato de los acontecimientos y revisando las imágenes de los folios 132 y 133, parece que durante este desmontaje del manuscrito, algún «granujilla» se coló en el laboratorio de la abadía e hizo de las suyas.

Ya aviso que es una elucubración propia, una suposición, una historia inventada, algo parecido a lo que pudo haber sucedido.

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Frente y reverso del folio 132 del Códice Atlántico.
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Frente y reverso del folio 133 del Códice Atlántico.

Curioso Totó

El protagonista de mi historia es un niño, un preadolescente, de once años, llamado Salvatore, pero al que todos llaman Totó. Es un domingo del año 1970, Totó ayuda oficiando misa como monaguillo en la iglesia de la Abadía de Grottaferrata. Acabada la misa de las diez, tiene algo de tiempo hasta que empieza la misa de las doce. Se despoja de la vestimenta sacramental de monaguillo y va hacia los baños por entre los largos pasillos de la abadía. Al salir, mira hacia el lado derecho de la profunda galería y ve una gran puerta de doble hoja al fondo con un letrero encima: «Laboratorio Iconográfico». Le intriga saber qué será eso, qué habrá ahí dentro.

Totó, es curioso, a veces demasiado, «la curiosidad mató al gato», le dice siempre su madre. A Totó no le gusta quedarse con una duda sin resolver, así que mira hacia el lado izquierdo y no ve a nadie ni escucha ningún paso, decide andar sigilosamente hasta la puerta. Vuelve a mirar hacia atrás para cerciorarse de que nadie le ve, posa una mano en una de las hojas y hace un poco de fuerza. La puerta hace un pequeño ruido, se mueve, no se han preocupado por echar la llave de la cerradura. Totó abre muy lentamente, mete la cabeza y adentra su mirada hacia la estancia.

El laboratorio

La luz suave de la nublada mañana dominical se adentra por los altos ventanales de la sala. Dentro, varias filas de mesas inclinadas, enormes libros viejos, muchos pinceles, lápices, tintas de varios colores, cordones de cuero, agujas enormes, flexos apagados, grandes hojas con bonitos dibujos diseminadas por entre las mesas. Entra lentamente, observándolo todo y buscando con la mirada si hay alguna presencia humana, por si acaso, aunque no debería haber nadie, hoy es domingo y los monjes no trabajan. La sala huele a madera antigua, tinta y sudor de sotana. Examina los dibujos con detenimiento, son bonitos, cree haber visto algo parecido en alguna clase de Historia del Arte en el colegio. «Así que es aquí donde se encierran los monjes a pintar», piensa Totó. «Pues yo también quiero pintar».

Dibujando

Totó escoge un par de hojas de entre un montón, mira el dorso y no tienen nada escrito, el papel huele a antiguo y está muy amarillento. Agarra un lápiz negro y empieza a dibujar. Se le ocurre pintar la figura del padre Francesco, con su sotana. Sin pensar, traza una figura triangular con un círculo encima que hace de cabeza. Lo mira y no le convence, «me ha salido fatal, mejor voy a pintar solo la cabeza». Desliza el papel hacia abajo y en la parte superior dibuja al padre Francesco.

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Reverso de los folios 132-133 del Códice Atlántico con los dibujos de nuestro imaginario amigo Totó.

Una vez acabado el retrato, recuerda unas fotos de una revista de mayores, porno, que su amigo Marco le enseñó el viernes en el colegio. Había hombres desnudos, musculados y con grandes penes erectos. También alcanzó a ver otra imagen de cómo uno de esos enormes penes se acercaba a lo que parecía un sexo femenino. Pero justo en ese momento, alguien dio una voz, venía un profesor y Marco escondió la revista. Esa imagen se ha quedado impresa fuertemente en su mente y decide hacer una interpretación propia e ilusoria. Dibuja un pene gigante que imagina como si fuera un animal fantástico, con piernas de pollo y cola de gato. «No me ha quedado mal, pero se puede mejorar». Entonces dibuja otro pene, parecido al anterior, pero ahora además le añade esa imagen desconcertante de un sexo femenino, abierto y peludo que vio en la revista de Marco.

De repente se escucha un ruido, puede que unos pasos. Totó suelta el lápiz negro y se esconde debajo de la mesa, no quiere que le pillen haciendo travesuras. Se juega una paliza asegurada con regla en las manos por parte del padre Francesco y con cinto en el culo en casa por parte de su padre. Allí se queda un rato, pero nada pasa. Falsa alarma.

La bicicleta soñada de Totó

Aún le queda tiempo hasta tener que ayudar a preparar la siguiente misa. Normalmente, sale a jugar con los niños del coro, al claustro de la abadía, sin que ningún mayor esté al tanto, nadie le va a echar de menos. Sale de debajo de la mesa y ahora escoge un lápiz marrón. Le ha venido a la cabeza la bici de su amigo Enzo. Una Ross americana, color café, superchula, como las que tienen los niños yanquis de los anuncios. «Si apruebo todo, puede que mi padre me la compre». Gira una de las hojas y aprovecha que existen unos círculos levemente marcados, que ni pintados para hacer las ruedas. Se intuyen otros dos círculos con los que hace el manillar y el sillín grande, típico de las Ross. Le coloca un plato, bielas y pedales correspondientes con la cadena que engancha al piñón de la rueda trasera.

Se afana en dibujar la bici soñada mientras piensa: «solo tengo que aprobar el curso y que no me pillen en alguna travesura».

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Bicicleta Ross de los años 70.

De repente, a lo lejos, se oye una voz que grita: «Totó… ¿Dónde diablos se habrá metido este chico?». Totó, deja el lápiz donde lo encontró, junta las dos hojas y las coloca una sobre otra para que nadie vea el producto de su travesura. Las mete entre otros folios y le pone uno de los enormes libros viejos encima. Totó huye de la sala, cierra con cuidado la puerta al salir. Como si nunca hubiera estado allí. Anda rápido pero sin hacer ruido. Se coloca sus ropajes de monaguillo y se planta en la iglesia como si nada hubiera pasado.

El descubrimiento del monje basilio

No quiero imaginar la que le caería al monje encargado de la restauración cuando se descubrió el desaguisado. Supongo que no optaron por borrar los dibujos por el riesgo de deteriorar aún más el frágil estado de los folios del códice. Parece que se callaron el suceso y lo encuadernaron como si nada hubieras sucedido. Igual pensarían que nadie iba a reparar en esos papeles viejos, que para el caso, poca gente tenía acceso ni consultaba. De hecho, hasta 1974, dos años después de su restauración, nadie se dio cuenta.

La búsqueda del culpable entre los niños que pudieron acceder al laboratorio da para otra historia. Igual ahora un, ya anciano Totó, se está riendo para sus adentros cuando lo recuerda.

¿Podría haber inventado Leonardo da Vinci la bicicleta?

Creo que si nos ceñimos a los conocimientos que Leonardo atesoraba sobre mecanismos de autopropulsión y diseños de máquinas en movimiento, hubiera sido del todo factible la invención de un artefacto como la bicicleta o parecido, quizá un triciclo.

En sus cuadernos existen también propuestas para mejorar las carretillas de trabajo cuando se propuso la desviación del río Arno. Ya entonces escribe sobre cómo mejorar el diseño habitual de la época de cuadro ruedas por su idea de que fueran de tres. Igual que el diseño actual de una carretilla de obra.

La cadena de transmisión

Los Códices Madrid I y II están plagados de diseños de mecanismos de todo tipo. En el folio 10 aparecen estos dibujos de cadenas de transmisión sobre ruedas dentadas que son muy similares a los de una bicicleta actual. Podemos inferir que, de haber querido hacer mover una rueda de bicicleta, Leonardo ya sabía el mecanismo apropiado para hacerlo.

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Dibujos de diferentes tipos de cadenas de transmisión de Leonardo da Vinci. Códice Madrid I, folio 10r.

Máquinas autopropulsadas

La obsesión por encontrar la manera de que el ser humano pudiera elevarse mediante una máquina voladora de autopropulsión, lleva a Leonardo a realizar múltiples diseños. En el Manuscrito B, que se encuentra en la Biblioteca del Instituto de Francia, en París, llama la atención el boceto de una máquina con aspas simulando las alas de una libélula. Dentro, una figura humana, mediante un mecanismo de pedales y poleas, hace batir las alas.

Es un diseño de 1487, al que todavía le podría mucho recorrido y perfeccionamiento si hubiera seguido ese camino.

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Mecanismo de autopropulsión de uno de los diseños de máquina voladora de Leonardo da Vinci. Manuscrito B, folio 80r.

Conceptos físicos

Además de estos ingenios y diseños de mecanismos, que Leonardo podría haber perfeccionado para crear un ingenio similar a una bicicleta, sabemos que conocía el concepto de ímpetu que hereda de la Edad Media. Describe que un cuerpo en movimiento tiene la tendencia de seguir moviéndose en la misma dirección. Es el precursor del concepto de inercia que adjudicado después a Isaac Newton. Concepto necesario para poder desarrollar una máquina de autopropulsión terrestre.

Leonardo llega a estas conclusiones en sus investigaciones sobre la dinámica de fluidos y también del viento, que refleja en el Códice sobre el vuelo de los pájaros.

¿Quería Leonardo da Vinci inventar la bicicleta?

Mi creencia es que no. No era un problema que le interesara resolver. De hecho, no creo que para él fuera una necesidad que el ser humano se desplazara por tierra por sus propios medios, teniendo caballos.

Tan poco le interesaba inventar una máquina para el transporte humano que el ingenio del automóvil estaba pensado para las obras teatrales y no para el viaje de personas. Si hubiera estado interesado, hubiera ido más allá, como hacía con todo lo que le apasionaba.

El amor de Leonardo da Vinci por los caballos

Leonardo era un amante de la naturaleza y de los animales. Sabemos que durante gran parte de su vida fue vegetariano, que llegaba a comprar pájaros enjaulados para luego liberarlos y que tenía absoluta fascinación por los caballos. Además, tenía fama de buen jinete y no fueron pocos los viajes que tuvo que realizar durante su nómada vida, muchos a lomos de un caballo.

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Estudio de caballo. Colección Windsor.

Existen multitud de dibujos de equinos en sus cuadernos. Bocetos preparatorios para sus frustradas esculturas ecuestres: Il Cavallo, del que poco se preocupó de la figura humana que iría montado (Francisco I, duque de Milán) y la figura a caballo de Gian Giacomo Trivulzio que coronaría su tumba monumental que nunca se llegó a realizar.

También para su obra mural La Batalla de Anghiari realizó numerosos bocetos de figuras equinas. Tanto se apasionó por mostrar a estos nobles animales con el mayor realismo posible que se aventuró a realizar un estudio de proporciones del caballo similar al estudio que ya había realizado antes para el ser humano en su Hombre de Vitruvio.

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Estudio de proporciones del caballo. Colección Windsor.

Y si esto fuera poco para demostrar su fascinación equina, durante su estancia en Roma, diseñó unas caballerizas que mejoraban considerablemente el bienestar de los caballos, animales a los que Leonardo amaba.

Leonardo da Vinci pudo inventar la bicicleta pero no quiso

Sí, igual queda un poco chulesco y sobrado, pero así lo veo.

Leonardo, apasionado de los caballos, nunca le vio razón ni sentido a inventar un artilugio que pudiera sustituirlo por un artefacto de propulsión humana.

¿Pudo haber inventado una máquina parecida a la bicicleta? Creo que sí, si se lo hubiera propuesto.

¿Quiso inventar una máquina propulsada por el hombre para el desplazamiento terrestre? La naturaleza ya había provisto y resuelto el problema perfectamente.

Imágenes: Salva Franco (montajes folios 132-133 de Códice Atlántico) y Wikimedia Commons.